Las alabanzas que se escuchan sobran ahora. Si en lugar de críticas, se hubieran escuchado algunas de esas alabanzas hace unos meses, a lo mejor no habríamos perdido al Rey del Pop, pesando un kilo más que años tenía. No hay palabras para estos días, solo pena. O vacío, o algo así.
Estos días me siento cerca de todos los que siempre creímos en la inocencia del más grande, o mejor dicho, el que nunca dejó de ser pequeño. Y estoy entre ésos que no saben qué responder a aquellos que preguntan qué pasa porque se haya muerto el pequeño de los Jackson 5. No pasa nada. Esa es la respuesta. Nada, vacío, pena.
Estos días escuché a un señor de los que hablan de todo en la radio decir que ya pueden estar tranquilos los niños de Los Angeles. Probablemente ya lo estaban antes. Me da lástima preguntarme si me encuentro tranquila yo en este mundo de adultos, que juzga, rompe y pisotea la inocencia más pura, más patológica, más terrorífica (para algunos). Algunos aún creemos en ella.
Es un alivio pensar que las canciones del que acaba de morirse las bailarán y cantarán niños y niñas que aún no están en este mundo.
Espero que el Rey del Pop cuide un poco de la música de este planeta estropeado desde donde quiera que esté (probablemente, la segunda estrella a la derecha).
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